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El rey rana - Hermanos Grimm



     Había una vez, en un tiempo muy lejano, un rey con tres preciosas hijas. Aunque en verdad eran todas muy bellas, quien veía a la menor quedaba maravillado porque resplandecía como el sol y encantaba como la luna.

       El palacio real estaba rodeado de un inmenso bosque y allá, lejos de las torres, en la espesura, brotaba de la tierra un manantial que volcaba sus aguas en un estanque profundo. junto al estanque se elevaba un viejo tilo, que daba una sombra fresca. Este era el lugar preferido de la princesa.

       En las tardes de verano, la joven se internaba en el bosque e iba a sentarse debajo del tilo. Solía llevar su juguete preferido, una pelota de oro con la que se entretenía arrojándola hacia arriba y atrapándola, una y otra vez, viendo cómo se elevaba brillante en el aire de la siesta hasta que caía en sus manos.

       Ocurrió que una tarde en que la princesa jugaba en el borde del estanque, la pelota se le escapó y cayó al agua, donde se sumergió en las profundidades. Al darse cuenta de que no podía recuperarla, la muchachita comenzó a llorar, primero muy compungida y luego con mayor escándalo, aunque eso no le impidió escuchar una voz que decía:

  • ¿Por qué lloras, princesa? ¿Estás triste? Por algo tu llanto insiste.

       La joven buscó con curiosidad aquella voz y pudo ver que quien  le hablaba era una rana, que asomaba en la superficie acuática.

  • ¡Oh, doña rana…! -dijo la joven-. Es que mi pelota de oro cayó en el estanque…

      El animalito afirmó:

  • No te preocupes, la encontraré. Pero yo, a cambio, ¿qué obtendré?

  • ¡Lo que quieras! -exclamó la princesa-. Perlas, vestidos o… ¡esta corona de oro que llevo puesta!

  • Nada de eso me interesa, solo deseo que me quieras. Y me aceptes en palacio. Para comer de tu plato, para beber de tu vaso, para dormir a tu lado.

  • ¡Así será! -respondió con aparente gratitud la princesita, aunque en su interior despreciaba a la insolente que pretendía ser su amiga-. Trae mi juguete y lo que pides se cumplirá.

       La rana se hundió en el estanque. Un rato después salió del agua con la pelota de oro en la boca y la depositó en la orilla. La jovencita la tomó enseguida y, sin importarle su promesa, salió corriendo hacia su hogar. De nada sirvieron las súplicas de la rana para que la llevase con ella.

       Al día siguiente, cuando la familia real estaba cenando en el comedor, se oyeron unos suaves  golpes en la puerta del palacio y una voz que pedía:

  • ¡Bella princesa, la más pequeña! ¡Abre la puerta!

       La muchacha corrió para ver quién llamaba y, tras abrir y encontrar a la rana, cerró con un portazo, llena de fastidio. Al volver a la mesa seguía espantosamente inquieta; por eso su padre, el rey, le dijo:

  • ¿Quién está allí? ¿A quién le temes, mi niña?

       La princesa relató todo lo ocurrido en el bosque con la rana y aseguró que jamás se hubiera imaginado que se presentaría en palacio.

       En ese momento, el animalito se hizo oír nuevamente:


Aunque soy solo una rana, 

comprenderlo no me cuesta:

me olvidaste en el estanque

despreciando tu promesa.


Ahora es la cena en palacio,

princesita, la tercera.

¡Gritaré hasta que me abras,

no me muevo de la puerta!



       Después de escucharla, el rey le dijo a su hija:

  • Nunca dejes de cumplir lo que hayas prometido. Debes abrirle.

       La joven lo hizo y la rana entró a los saltos en el comedor. Le exigió a la princesa que la sentara en su silla y luego subiera a la mesa para compartir su comida. Se acercó al plato de oro y comió, y bebió de su vaso de plata. La princesa obedecía con gran esfuerzo, porque la rana le resultaba repugnante.

       No bien terminó la cena, el animalito le reclamó subir a la habitación a descansar. El asco de la muchacha aumentaba, pero su padre volvió a ordenarle que no menospreciara a quien la había ayudado. La joven tomó a la rana con dos dedos y la llevó colgando escaleras arriba hasta su cuarto. La dejó en un rincón y, cuando ya se había recostado en su cama, la rana se acercó porque pretendía dormir con ella. Entonces, la paciencia de la princesa llegó a su fin: agarró la rana con violencia de una pata y le gritó:

  • ¡Que descanses por siempre, bicho asqueroso! -y la tiró contra una pared.

       Pero para su sorpresa, no bien cayó al suelo, la rana mágicamente se transformó en un apuesto príncipe. El joven le contó a la muchacha que una bruja lo había hechizado. Ahora, roto el encantamiento, quería que la princesa fuera su esposa. Ella aceptó, y a su padre, el rey, le alegró la propuesta. A los pocos días la pareja partió en un carruaje hacia un nuevo reino, donde se casaron y vivieron felices.




Recopilado por los Hermanos Grimm
Versión de Laura Linzuain



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