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El semáforo loco - Ma. Laura Dedé


ESTA ES LA HISTORIA DE UN SEMÁFORO COMÚN Y CORRIENTE…

PERO UN DÍA EL SEMÁFORO SE VOLVIÓ LOCO.

AHÍ EL SEMÁFORO EMPEZO: ROJO, AMARILLO, VERDE. ROJO, AMARILLO, VERDE. ROJO, AMARILLO, VERDE…

COMO SIEMPRE ¡PERO MUCHÍSIMO MÁS!

LOS AUTOS, POR SUPUESTO, LE TUVIERON QUE HACER CASO: FRENAR-MIRAR-ARRANCAR. FRENAR-MIRAR-ARRANCAR.

PARECÍAN AUTITOS CHOCADORES.

ASÍ SIGUIÓ AVANZANDO LA MAÑANA HASTA QUE LLEGÓ UN POLICÍA Y EMPEZÓ A GOLPEAR EL POSTE DEL SEMÁFORO HASTA QUE QUEDÓ ENCENDIDA SOLAMENTE LA LUZ ROJA.

Y LOS PEATONES PASARON, PASARON, PASARON Y PASARON…


¡MUCHÍSIMAS HORAS PASARON MIENTRAS LOS PEATONES CIRCULABAN!

PERO EL SEMÁFORO NO PODÍA SEGUIR SIEMPRE CON LA LUZ ROJA ENCENDIDA,

ENTONCES SE ACERCÓ UN ELECTRICISTA PERO TAMPOCO PUDO REPARARLO.


DE TANTO MIRAR LA LUZ, NADIE VIO UN ACRÓBATA QUE SE ACERCÓ EN SU BICICLETA. LO VIERON RECIÉN CUANDO LLEGÓ AL SEMÁFORO.

EL HOMBRE SE SUBIÓ AL POSTE Y EMPEZÓ A QUITAR UNA POR UNA LAS TAPAS QUE CUBRÍAN LAS LUCES.


ABRIÓ LAS TRES TAPITAS JUNTAS, AL MISMO TIEMPO, Y… ¡SORPRESA!

¡DE ADENTRO DE LA LUZ ROJA SALIÓ UN BICHITO DE LUZ, VOLANDO LO MÁS CAMPANTE!

EL ACRÓBATA CERRÓ DE NUEVO LAS TRES TAPITAS Y, CON LA AYUDA DEL PAYASO, QUE SABÍA MUCHO DE COLORES, VOLVIÓ A UNIR LOS TRES CABLES QUE HABÍA CORTADO EL ELECTRICISTA.

ASÍ, MIENTRAS EL BICHITO DE LUZ VOLABA ENTRE LA GENTE,  EL SEMÁFORO LOCO SE ARREGLÓ Y TODA LA ESQUINA ESTALLÓ EN UN GRAN APLAUSO





María Laura Dedé



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Y... ¿CÓMO TE FUE?

El zapatero y los duendes - Hermanos Grimm




    

 Había una vez un zapatero tan pobre que lo único que tenía era un poco de cuero para fabricar un par de zapatos. Antes de irse a dormir, cortó el cuero y lo dejó sobre la mesa para coserlo por la mañana. 

     Al día siguiente y para su sorpresa, en el lugar donde estaba el cuero encontró un par de elegantes zapatos perfectamente terminados. En ese momento se presentó un cliente que admiró su trabajo y le pagó generosamente. Con ese dinero, el zapatero pudo comprar el cuero suficiente para dos pares nuevos de zapatos.  Por la noche, antes de ir a dormir, el zapatero cortó el cuero y lo dejó sobre la mesa. 

     A la mañana siguiente, dos finos pares de zapatos estaban listos sobre la mesa sin que él hubiera hecho nada. Los vendió a buen precio, compró más cuero y, día tras día, la magia se repitió.

     Pronto el zapatero y su mujer pudieron saldar todas sus deudas y empezaron a vivir cómodamente.

- Me gustaría descubrir quién cose mis zapatos por las noches - dijo el zapatero a su mujer.

- ¡Escondámonos y lo descubriremos - respondió ella.

     Así lo hicieron, y a la medianoche vieron a dos hombrecitos en calzoncillos que se subieron a la mesa y comenzaron a agujerear, coser y pegar el cuero, con sus ágiles manitos. Antes de que saliera el sol, los zapatos estaban listos y los dos duendes se retiraron satisfechos.

- ¡Pobrecitos, no tienen zapatos ni ropa! ¿Qué te parece si se los fabricamos nosotros? - sugirió la mujer a su marido.

- Después de todo lo que han hecho por nosotros sería un buen detalle - respondió él.

     Así que se pusieron manos a la obra, ella cosió pequeños pantaloncitos, camisetas y chaquetitas, y él fabricó pequeños zapatos a la medida de los diminutos pies. Luego pusieron sobre la mesa los obsequios y se escondieron, curiosos por ver la reacción de los duendes.

     Como siempre, a medianoche, los hombrecitos se presentaron. Cuando vieron los zapatos y la ropa hecha a medida para ellos, empezaron a dar saltos de alegría y se los pusieron enseguida: ¡les quedaban perfectos!

     Los duendes se marcharon contentos y nunca regresaron. Pero el zapatero y su mujer no volvieron a ser pobres y se lo agradecieron toda la vida. De esta manera, vivieron felices  toda la vida.



Recopilado por los Hermanos Grimm
Versión de Stefanía Leonardi Hartley



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Y... ¿CÓMO TE FUE?

El rey rana - Hermanos Grimm



     Había una vez, en un tiempo muy lejano, un rey con tres preciosas hijas. Aunque en verdad eran todas muy bellas, quien veía a la menor quedaba maravillado porque resplandecía como el sol y encantaba como la luna.

       El palacio real estaba rodeado de un inmenso bosque y allá, lejos de las torres, en la espesura, brotaba de la tierra un manantial que volcaba sus aguas en un estanque profundo. junto al estanque se elevaba un viejo tilo, que daba una sombra fresca. Este era el lugar preferido de la princesa.

       En las tardes de verano, la joven se internaba en el bosque e iba a sentarse debajo del tilo. Solía llevar su juguete preferido, una pelota de oro con la que se entretenía arrojándola hacia arriba y atrapándola, una y otra vez, viendo cómo se elevaba brillante en el aire de la siesta hasta que caía en sus manos.

       Ocurrió que una tarde en que la princesa jugaba en el borde del estanque, la pelota se le escapó y cayó al agua, donde se sumergió en las profundidades. Al darse cuenta de que no podía recuperarla, la muchachita comenzó a llorar, primero muy compungida y luego con mayor escándalo, aunque eso no le impidió escuchar una voz que decía:

  • ¿Por qué lloras, princesa? ¿Estás triste? Por algo tu llanto insiste.

       La joven buscó con curiosidad aquella voz y pudo ver que quien  le hablaba era una rana, que asomaba en la superficie acuática.

  • ¡Oh, doña rana…! -dijo la joven-. Es que mi pelota de oro cayó en el estanque…

      El animalito afirmó:

  • No te preocupes, la encontraré. Pero yo, a cambio, ¿qué obtendré?

  • ¡Lo que quieras! -exclamó la princesa-. Perlas, vestidos o… ¡esta corona de oro que llevo puesta!

  • Nada de eso me interesa, solo deseo que me quieras. Y me aceptes en palacio. Para comer de tu plato, para beber de tu vaso, para dormir a tu lado.

  • ¡Así será! -respondió con aparente gratitud la princesita, aunque en su interior despreciaba a la insolente que pretendía ser su amiga-. Trae mi juguete y lo que pides se cumplirá.

       La rana se hundió en el estanque. Un rato después salió del agua con la pelota de oro en la boca y la depositó en la orilla. La jovencita la tomó enseguida y, sin importarle su promesa, salió corriendo hacia su hogar. De nada sirvieron las súplicas de la rana para que la llevase con ella.

       Al día siguiente, cuando la familia real estaba cenando en el comedor, se oyeron unos suaves  golpes en la puerta del palacio y una voz que pedía:

  • ¡Bella princesa, la más pequeña! ¡Abre la puerta!

       La muchacha corrió para ver quién llamaba y, tras abrir y encontrar a la rana, cerró con un portazo, llena de fastidio. Al volver a la mesa seguía espantosamente inquieta; por eso su padre, el rey, le dijo:

  • ¿Quién está allí? ¿A quién le temes, mi niña?

       La princesa relató todo lo ocurrido en el bosque con la rana y aseguró que jamás se hubiera imaginado que se presentaría en palacio.

       En ese momento, el animalito se hizo oír nuevamente:


Aunque soy solo una rana, 

comprenderlo no me cuesta:

me olvidaste en el estanque

despreciando tu promesa.


Ahora es la cena en palacio,

princesita, la tercera.

¡Gritaré hasta que me abras,

no me muevo de la puerta!



       Después de escucharla, el rey le dijo a su hija:

  • Nunca dejes de cumplir lo que hayas prometido. Debes abrirle.

       La joven lo hizo y la rana entró a los saltos en el comedor. Le exigió a la princesa que la sentara en su silla y luego subiera a la mesa para compartir su comida. Se acercó al plato de oro y comió, y bebió de su vaso de plata. La princesa obedecía con gran esfuerzo, porque la rana le resultaba repugnante.

       No bien terminó la cena, el animalito le reclamó subir a la habitación a descansar. El asco de la muchacha aumentaba, pero su padre volvió a ordenarle que no menospreciara a quien la había ayudado. La joven tomó a la rana con dos dedos y la llevó colgando escaleras arriba hasta su cuarto. La dejó en un rincón y, cuando ya se había recostado en su cama, la rana se acercó porque pretendía dormir con ella. Entonces, la paciencia de la princesa llegó a su fin: agarró la rana con violencia de una pata y le gritó:

  • ¡Que descanses por siempre, bicho asqueroso! -y la tiró contra una pared.

       Pero para su sorpresa, no bien cayó al suelo, la rana mágicamente se transformó en un apuesto príncipe. El joven le contó a la muchacha que una bruja lo había hechizado. Ahora, roto el encantamiento, quería que la princesa fuera su esposa. Ella aceptó, y a su padre, el rey, le alegró la propuesta. A los pocos días la pareja partió en un carruaje hacia un nuevo reino, donde se casaron y vivieron felices.




Recopilado por los Hermanos Grimm
Versión de Laura Linzuain



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Y... ¿CÓMO TE FUE?

Un juguete me escribió una carta - María Granata


Hace pocos días recibí una carta que daba la impresión de haber tardado mucho en llegar, porque su sobre estaba descolorido y su estampilla casi despegada y muerta de sueño. La abrí con cuidado. Lo primero que vi fue una U, que dio un salto enseguida y se puso en su lugar. Busqué la firma. Decía: POLICHINELA, y entre paréntesis, "Tu Décimo Juguete". Ésta es la carta:




Buenos Aires, un día de mucho calor y también un día después.

Querida María:
     Ni te imaginas quién soy. ¡Ah! Seguro que ya leíste la firma. Sí, soy tu POLICHINELA.
     Espero que estés bien. En cuanto a mí, todavía estoy relleno de aserrín, es decir, gozo de buena salud. Y eso porque nadie me hizo un tajo; si alguien me lo hiciera, mi aserrín se escaparía y yo me quedaría más flojo que un invertebrado. No sería un juguete, mas bien un dibujo que anda cayéndose a cada momento. Porque si uno no está relleno es un dibujo.
     Un día gris, gris, sin querer separarnos nos separamos por culpa de una mudanza. Es que las mudanzas son como las demoliciones. Me dijo una papirola que estuviste buscándome durante mucho tiempo. Yo también te busqué. Me escapaba de la casa a la que fui a parar no sé cómo, pero después me quedé allí porque acababa de nacer un niño. A lo largo de todos estos años habité muchas casas en las que nacían niños.
     Nunca olvidé la manera que tenías de llevarme: a veces colgado como una canasta, otras apretado a tu pecho como si yo hubiese sido una parte de ti misma. Ahora sé que todos los juguetes estamos vivos y somos una parte de los chicos que nos quieren.
     Y también me acuerdo cómo desafinabas al cantar y cómo se enojaba el piano cuando te ponías a tocar una musiquita. Lástima que yo no te pude enseñar a cantar. Sin embargo, escribiste versos, y los versos son como un canto. ¿Cómo los pudiste hacer? ¡Ah! Otra pregunta que quise hacerte siempre: ¿Estás también rellena de aserrín?
     ¿Recuerdas aquel día que te habías quedado con tus hermanos sin ninguna persona grande en la casa  y se abrieron todas las canillas? ¡Qué inundación! Yo casi me ahogo. Después tuve que quedarme una semana al sol, en la azotea. Al atardecer subías a buscarme y me decías como pidiéndome disculpas: -Todavía estás húmedo.
     Yo sabía que si me quedaba humedad adentro terminaría por morirme. Fue tu tía Ana, a la que ustedes, chicos, llamaban Nana, la que me salvó sentándome en una estufa.
     Quiero verte. Pero no voy a ir a vivir a tu casa porque me regalaron a una niña que me necesita mucho porque nunca ha tenido un juguete.
     Eso sí, podemos encontrarnos. ¿Qué te parece en la plaza donde vive un caracol que tiene un cuernito movedizo? Bueno, en esa plaza, en el banco donde hay dos hojas caídas y una hormiga siempre apurada. Ya está el lugar. Ahora la fecha. ¿Qué te parece un lunes sin viento a la hora en que el sol se pone colorado?
     Yo seré muy puntual.
     Te espero y te abrazo con mis largos brazos rellenos de aserrín.
                                                                    
(Tu Décimo Juguete)


 
LA CARTA
A través de la carta es posible que dos personas que están en diferentes lugares puedan mantener una conversación por escrito.
A veces en el cuento o en una novela encontramos que algunos personajes envían cartas. Éste es el caso de la carta de Polichinela, que forma parte de un relato más extenso que se llama "La ciudad que levantó vuelo".