Calvin es un estornino.
Él y sus tres hermanos, cuatro hermanas y sesenta y siete mil cuatrocientos treinta y dos primos nacieron bajo el alero de un viejo establo.
Las familias de los estorninos son MUUUUYYYY grandes.
Muy pronto se vio que Calvin no era como los otros estorninos: desde la primera vez que se cayeron del nido para descubrir el mundo.
Y Calvin… Bueno, Calvin descubrió un libro…
Mientras los demás aprendían a lanzarse en picado, planear, hacer figuras en el aire, Calvin se pasaba el día con el pico metido en un libro.
Mientras sus primos cazaban escarabajos, hormigas y todo tipo de bichos, él aprendía a leer letras, palabras y frases.
Por la noche sus primos soñaban que cazaban insectos en la basura.
Calvin soñaba con aventuras, leyendas y poesías.
Y soñaba, incluso, que un día sería un gran escritor.
El 1 de junio, el día en que todos los pequeños estorninos se preparaban para recibir la primera clase de vuelo del señor Alamaestro, a Calvin no se lo vio por ningún lado.
¿Saben dónde estaba? ¡En la biblioteca!
Y allí, la que volaba era su imaginación.
Calvin leía sobre piratas y cavernícolas… Volcanes y arcoíris… Ballenas y dinosaurios…
¡Los dinosaurios le encantaban!
Aprendió el movimiento de los planetas alrededor del sol, por qué sopla el viento y más hechos extraordinarios, como la transformación de las orugas en mariposas.
Los libros lo llevaban a lugares inalcanzables para sus alas. Y su corazón ALETEABA entusiasmado.
Los primos de Calvin le llamaban “PÁJARO BOBO”…”PICO DE PAPEL” Y “RATÓN DE BIBLIOTECA”…
Si eres un pájaro, lo peor que te puede pasar es que te llamen “ratón”
Calvin, triste, refunfuñaba:”¡Las palabras que el menosprecio afila son como aguijonazos!”.
Y, alicaído, volvía a la biblioteca, el único lugar donde se sentía feliz.
Y así fue como Calvin se pasó el verano leyendo, aprendiendo y absorbiendo todo lo que le permitía su pequeño cerebro de estornino… hasta que la primera hoja de árbol se volvió anaranjada y cayó al suelo. El viento frío del otoño se coló en el establo y derribó los nidos de verano. Había llegado el momento de volar hacia el sur.
Los primos de Calvin le advirtieron: _ Deberías aprender a volar. ¡Tendremos que irnos en un par de días!
Calvin respondió: -Ah, sí, migrar. He leído algo sobre eso…
Su hermana le preguntó: -Calvin, ¿sabés volar?
Especialmente en la de CALVIN…
Y Calvin tuvo que admitir que no sabía.
Todos los estorninos alzaron el vuelo en una formación gigante. Calvin se quedó en el suelo, mirándolos. Una gran y solitaria lágrima rodó por su mejilla.
Calvin se dio la vuelta y volvió al establo. ¡Estaba tan triste que no vio que sus hermanos, hermanas y primos volvían a buscarlo!
En un momento lo ataron por la cintura con cuerdas y cintas que habían recogido de la basura.
Tomaron el otro extremo con sus picos y alzaron el vuelo…llevándose a Calvin, un poquito avergonzado, con ellos.
Volaron durante días y días…
Calvin reconoció los ríos, montañas y pueblos sobre los que tanto había leído este verano. Excitado, se los señalaba a sus hermanos, hermanas y primos. Pero los demás estorninos se limitaban a batir sus alas en dirección sur.
Un día el viento empezó a soplar con una fuerza desmesurada. Los árboles se encorvaban. Las hojas se esparcían con furia en todas las direcciones. Volar se hacía cada vez más difícil. El aire olía de un modo extraño…¡Olía a PELIGRO!
Calvin recordó su libro de meteorología favorito y avisó al resto de la familia…
-¡Un HURACÁN! ¡Se acerca un huracán!
Sus hermanos y hermanas le preguntaron:
-¿Qué es un huracán?
Calvin se lo explicó tan deprisa como su pequeño pico le permitió.
-¡Tenemos que salir de la trayectoria de este violento frente tropical! Se acerca a la costa a una velocidad tremenda, y no aminorará hasta que no encuentre grandes extensiones de terreno. ¡Rápido, todo el mundo a esa cueva!
Aunque nadie entendió ni una palabra, lo que decía Calvin parecía tener sentido. La bandada dibujó un rizo hacia la izquierda, realizó un pequeño quiebro hacia la derecha y se metió en la cueva. Hicieron todo lo que Calvin les había dicho.
Una gran tempestad estalló con violencia ante sus asombrados ojos. El huracán retumbaba en las montañas y rugía en los pueblos, sembrando la destrucción a su paso. Exactamente como Calvin había predicho.
La gran familia de estorninos observaba atentamente, atenazada por el miedo.
La tempestad terminó por fin. El sol volvió a lucir y los estorninos salieron de la cueva.
Todos estaban sanos y salvos. ¡Y todo gracias a Calvin!
Para celebrarlo hicieron una gran fiesta en su honor. Comieron enormes y jugoso gusanos y deliciosos escarabajos crujientes. Bailaron y cantaron canciones sobre cómo Calvin les había salvado la vida. Brindaron por él en cúpulas de bellota llenas a rebosar d agua fresca y clara de la montaña.
Calvin estaba tan contento y se sentía tan feliz que no podía parar de saltar, bailar y agitar las alas una y otra vez.
Una y otra vez.
Una y otra vez.
Los demás estorninos lo miraban sorprendidos.
-¡Calvin, sabés volar!- exclamaron.
Y Calvin, el estornino más feliz del mundo, pio:
-¡Vaya, me parece que sí sé!
Y todos juntos volaron hacia el sur con una enorme sonrisa dibujada en sus pequeñas caras de estorninos.
Jennifer Berne
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